Recientemente tuvimos el caso de un papá al que le aconsejaron sacar a su hijo de las clases de karate aduciendo que las artes marciales vuelven violentos a los chicos. El papá no lo quería sacar de ningún modo, ya que desde que el chico asiste a nuestras clases había notado grandes mejoras en el pequeño. Como no es la primera vez que estos casos llegan a nosotros, decidimos crear este artículo para aclarar las dudas que surgen sobre la violencia, la agresión y el karate.
Antes que nada tenemos que saber diferenciar la agresión de la violencia. La agresión es una conducta innata de todos los seres vivos, vinculada a nuestro instinto de supervivencia, y se manifiesta desde temprana edad. La violencia es intencional, no-natural, dirigida específicamente contra alguien, escala en su nivel de agresión (física o psicológica) y casi siempre se ejecuta contra alguien que tiene menor poder que uno mismo.
La agresión es un mecanismo natural de supervivencia y puede condicionarse. Algunas personas, por crecer en un entorno violento, desarrollan mayor agresividad como respuesta natural al entorno. Otros aprenden a temprana edad a controlar su agresión e incluso canalizarla a través de deportes. Aquí es en donde entramos nosotros.
Para el artista marcial es muy importante aprender a reconocer su agresividad para poder dominarla y dirigirla de modo muy específico y controlado. Utilizamos nuestra agresión al ejecutar las técnicas contra elementos de golpeo, en la práctica de formas, e incluso durante el kumite (combate libre). Pero, claro está, siempre que se entrena contra un compañero se prima la importancia del control, ya que si hay lesiones la práctica se interrumpe y de ello nadie sale ganando.
Cuando en un kumite se despiertan situaciones de pérdida de control emocional, inmediatamente se corta el ejercicio ya que los practicantes demostraron no estar listos para este paso, y se vuelve a una instancia anterior. No hay lugar para manifestar una rivalidad a través de la violencia (ni física, ni verbal o gestual), y siempre conducimos nuestras clases con el mayor de los respetos por todos. Quebrar este pacto de cortesía es ir en contra del espíritu del Karate-Do.
Afortunadamente llegan a nuestro dojo niños de todo tipo: tanto víctimas de violencia como violentos. Poder trabajar con los dos extremos nos da una buena visión de la problemática, y la mayoría de los niños violentos aprenden los beneficios de convivir pacíficamente con el resto en poco tiempo. El niño que acudió a Karate para resolver problemas de bulling, termina aprendiendo un par de estrategias (no técnicas, estrategias!!!) para desenvolverse mejor en un colegio plagado de chicos problemáticos, y todos salimos ganando.
En otro artículo les detallaremos nuestra visión sobre el bulling en las escuelas y compartiremos un puñado de tips para ayudar a los chicos.